23.9.12

Primavera, Tragicomedia y Genética o La Vida Simplemente


By © Claudio Álvarez Velden. Santiago, 23 de septiembre de 2012.

“Traen amores vencidos, traen amores fatales, traen amores caídos, traen amores mortales.
No cambia hombre ni mujer, tampoco cambia la historia, son los mismos los sin gloria,
del futuro y del ayer...” (Amores de Cantina).


- Anoche salimos. Fuimos a ver un espectáculo.
- Dónde fueron? Al mall?.
- No, fuimos a un teatro. Al Nescafé de las Artes.
- Y qué vieron?
- Era una performance que combinaba teatro con música bien cebollera en vivo. Amores de Cantina, se llamaba. Acá ando trayendo la música, en el CD autografiado por Luis Dubó. Escucha.
- Suena bien... Es como de protesta.
- Sí, los personajes protestaban bastante, principalmente contra la vida, el sistema, los hombres, las mujeres, las tragedias... Pero también se reían -de sí mismos y otros-, disfrutaban de la fiesta, flirteaban entre ellos. Y todo eso, acompañado del infaltable brebaje de dioses: Un vino tinto de rojo carmesí, un pipeño fusionándose íntimamente con la gélida masa apiñada, deviniendo en un estertor final, cuán terremoto, y la tan típica bebida dieciochera nacional: La chicha. La historia se desarrollaba en una cantina que se encontraba a medio cerrar -quizás por olvido, quizás por sino-, atendida por su dueño, donde los parroquianos habitués contaban y cantaban sus penas y alegrías.
- Y quiénes eran los habitués?
- El típico borracho que las canta claritas; el anarquista indignado, protestante y aburrido del sistema, que baila la cueca chora urbanizada; la muerte rondante, siempre fiera, seductora y amenazante; la amargada que en todo momento recuerda a su hombre ausente, divinizándolo, idealizandolo, creyendo que aquel hombre casado que la poseyó con total pasión, entrega y desenfreno en un idilio cuando tenía 15, era el eterno amor que le deparaba el destino y que luego usó como excusa para desengañarse y desencantarse de todos los hombres; el viejo llorón mayor, celoso de su pierna jovial y apasionada, que se abandona al trago por penas, inseguridades, rencor o menosprecio; la joven altiva que está disconforme de su vida por encontrarse atada al mentado hombre mayor; el jovencito cantante, estilo Elvis Presley, que se jura galán y alimenta permanentemente su ego mediante la confirmación del arrastre que causa entre todas las mujeres; y un bebedor sicario a la chilean way -como el contratado por la Quintrala de Providencia- que devino en tal, por la cruda pobreza que desoló su vida y hogar.
- Había bastante diversidad de personajes. Y todos con una potencial riqueza psicológica susceptible de ser aprovechada en cuentos variopintos. Ya sabes lo que decía Flaubert: “Anything becomes interesting if you look at it long enough”.
- Sí, bastantes. Y la música... Extraordinaria. Digna de una verdadera chingana y de mancebías. Me acordé del Negro Bueno, de las derrumbadas casas de la calle San Borja,  de la Casa de Cena -antes que entrara en vigencia la ley de alcoholes en este Santiago capital-, de Nicómedes Guzmán, de Armando Méndez Carrasco, de Alfredo Gómez Morel, del paco Rivano, de Alfredo Castro. En otras palabras, me acorde (?) Simplemente de la Vida.
- La enfernera me llama “el caballero de los ojitos azules”... Parecen que se me están destiñendo.
- Cómo destiñendo?. Si siempre los has tenido azules. Entre celestes y azules. Y nosotros, tus hijos y nieto, cafés. Qué injusta, cruel y perversa es la vida. Y aun más, antojadiza, la maldita genética.
- “Debe de haber sido un enfant terrible, un mujeriego, un lacho, un donjuan, un enamoradizo, un seductor, un fresco”, me dijo luego. “Con esos ojitos, no debe haber habido mujer que se le resistiera”. -No, le dije yo, tratando de mantener un bajo perfil y no parecer arrogante. -Era, más bien, bastante selectivo con las mujeres: Ante todo, atractivas, joviales y, con un cuerpo, que pareciese haber sido hecho a mano por el mismísimo creador. 
- Y qué te dijo la enfermera?.
- Se reía coquetamente mientras agregaba que “su hijo debe ser 'un verdadero hijo de tigre'... 'De tal palo, tal astilla'”.
- “Permiso joven, tengo que pinchar a su papito... Listo... Uhhh!, no sacó los ojitos de su papá, pero tiene la misma mirada picarona”, señaló a continuación una jovial y atractiva enfermera con cuerpo que parecía haber sido hecho por la mano del mismísimo creador,  mientras se alejaba con un contoneo de caderas capaz de levantar a cualquier caído, y complices y sórdidas miradas se fundían y confundían entre el equipamiento médico, los antibióticos, los enfermos y sus visitas...

Ese podría ser uno de los tantos potenciales diálogos situacionales que pudieron haber acaecido en la urbe santiaguina, un domingo cerca del mediodía, entre un devoto, agradecido y genética o socialmente mimetizado, hijo que visita a su vapuleado y maltrecho, por dulces enfermedades, padre, tras haber sido, la noche anterior, testigo activo de la puesta en escena de Amores de Cantina, la obra escrita por el Premio Nacional de las Artes Escénicas 2011, Juan Radrigán. 

Y como tanto se ha hablado de esta obra, no queda sino ir a verla, conseguirse un padre clinicalizado u hospitalizado -dependiendo de la rueda de la fortuna y la casualidad de la vida- y una coqueta, desinhibida y atractiva enfermera, que haya sido víctima del efecto primaveral. "...Y se reía de mí, dulce embustera...".


Saludos cordiales y no olviden las feromonas ni los antihistamínicos.
C. Álvarez Velden
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Ps. Tampoco bajar la nueva entrega de la saga Carrera Profesional Cómo Ganar Credibilidad.

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