7.5.12

La última escritura, mentiras verdaderas o la psicología de la autoimagen.


By © Claudio Álvarez Velden. Santiago, 06 de mayo de 2012.

Esta semana agrupo, por su interrelación, tres artículos escritos por Rodrigo del Campo en los que se abordan la programación neurolinguística, la persuasión y las aclaraciones que debió realizar en nombre de Sun Tzu, autor de El Arte de la Guerra, por la cita utilizada en uno de los textos: “Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo y no tendrás que preocuparte de 100 batallas”. La gente le preguntaba, según indica en uno de ellos, quiénes debían ser considerados enemigos. En una sociedad de hiper-consumo como ésta, en que se exacerban sueños de mala muerte, todos y cada uno de los otros puede resultar ser tu enemigo. Se incentiva la competencia, el egoísmo y el exitismo, medido en términos materiales independientemente del estrato social: zaptillas y celulares, en los estratos D; TVs con tecnología LED y equipos de audio de alta fidelidad, en los C3 y C2; mientras que en número y tipo de autos, departamentos y casas (fuera de Santiago, obvio), en el ABC1. Si se lograse aplicar la Regla de Oro (Egipto, 2100 años antes del nacimiento del predicador judío, Jesús de Nazaret) “Trata a otros como te gustaría te trataran”; la de Confucio (500 años antes del nacimiento del mismo predicador judío, Jesús de Nazaret) “Lo que no desees para ti, no lo desees para otros”; o las del mismo predicador judío, Jesús de Nazaret, registradas por algunos de sus seguidores: “Todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos (de acuerdo a Mateo, en su libro homónimo 7:12) o en letras de Lucas (6:31), “Y así como queréis que los hombres os hagan, haced con ellos de la misma manera”, certeramente tendríamos otra sociedad. Dicho lo anterior, la conclusión es una: El hombre es perverso per se. Pero tiene la opción de reivindicarse. Es la entropía de la vida que hace que se requiera dedicar fuerzas, energías y voluntad, para evitar aquello a lo que se tiende por naturaleza.
Lo anterior lleva a preguntarse: Qué hay de la otra riqueza?. La del espíritu?. Un país sin cultura está, inexorablemente, destinado al fracaso. Cultura que se adquiere a través de lecturas, de conversaciones importantes, de interacciones con otros, de preguntas esenciales, del arte... Basta reflexionar lo que sucede en Chile. Cuántos leen?. Cuántos saben inglés?. Cuántos, español?. Si las palabras crean realidades, con un exiguo lenguaje, paupérrimas realidades podrán ser creadas. Al respecto, una de las tantas marcas a fuego que tengo, guarda relación con lo que dijo un profesor de matemáticas en mi época del colegio: “Lean todo lo que caiga en sus manos: Novelas, poemas, artículos, pornografía. Cualquier texto”. Lo primero que comprobé tras tan relevante, esencial y revelador consejo, fue que las penthouse tienen menos texto que las playboy; y que las mujeres tienen muchos más labios que los que se ven a simple vista.
De la persuasión de Rodrigo del Campo al intercambio monetario del Conejo de los Dientes, el salto fue realizado en tan sólo unos nanosegundos. Las conexiones sinápticas y la autoimagen del persuasivo de la historia siguiente, estaban sólida y sanamente establecidas:
-El conejo de los dientes se suicidó-, había dicho el persuasivo padre alguna vez a esa inocente criatura cuando uno de sus dientes de leche se cayó, al igual que el trabajo que tenía hasta ese momento.
-Significa eso que no me dejará plata, papá?
-Sí, angelito, eso significa. El conejo de los dientes, por alguna razón maquiavélica que no he descifrado aún, deja dinero a los niños por sus dientes.
-Qué lastima, papá, tengo mucha pena.
-Veo que lo sientes mucho.
-Sí claro, muchísimo. Ya no me va a dejar plata por mis dientes. Y contaba con eso para comprar mis comics.
-Pero pídeselos a tu madre.
-No trabaja, así que tiene menos plata que yo.
-Humor negro, angelito.
-En fin, sólo me queda lustrar tus zapatos, papá...
Y el diálogo que concurría a su memoria, continuaba resonando fugaz y lejanamente ahora que un nuevo diente del hijo se había desprendido desde una hinchada encía.
-Igual voy a dejar bajo la almohada, papá, mi diente. Quizás el ratón la vez anterior no estaba muerto, sino que andaba de parranda.
-Puede ser. Debes tener confianza. 
-Gracias, papá. Buenas noches.
-Buenas noches, angelito...
No obstante, llegada la mañana siguiente -o la tarde, desconozco la hora de los acontecimientos descritos-, el diente seguía donde mismo. 
-Papá, el conejo de los dientes no me dejó plata. Era cierto que se había suicidado.
-Yo creo, angelito, que el conejo de los dientes no se ha suicidado, sino sólo que tiene alzheimer. -O quizás yo-, pensó a continuación el flemático padre, dado que ni es conejo ni retiró el diente para cambiarlo por dinero. Dejó olvidados los morlacos encima del bar, mientras el preciado diente seguía donde había sido dejado (en la misma posición!) por aquel esperanzado -y metalizado- angelito. Qué le digo?. Algo ácido, obvio...
-En el bar hay 2 mil pesos, angelito. Pregúntale a tu madre si son de ella, porque míos no son.
-No es necesario que le pregunte, ya me dijo que no tenía plata ni para vienesas.
-Ah, entonces si no son de nadie, entonces yo tengo razón, angelito: El conejo tiene alzheimer. Llegó hasta nuestro hogar y en el momento en se dirigía a tu habitación a realizar el intercambio de su dinero por tu diente, se distrajo con mi bar. Dejó los 2 mil pesos, que llevaba en la mano, para poder abrir mi botella de whisky y servirse en un vaso ad hoc. De ahí -no podría ser de otro modo- fue al refrigerador y se sirvió unos hielos. De seguro se tomó más de uno, por lo que no es extraño que al poco rato -quizás mucho. Todos nosotros dormíamos profundamente- ni siquiera se acordara en la casa de quién estaba ni el motivo de su visita. Dadas estas circunstancias, se fue como pudo, intentando vanamente no hacer ruido y esperando, también vanamente, no dormirse en la micro del transantiago.
-Oh, qué buena noticia, papá, me has dado!. Yo también tenía razón, entonces, y la última vez, el conejo, andaba de parranda.
-Sí, angelito. Así que pásame a mi tu diente, que lo guardaré. -Junto a todos los otros, pensó a continuación el padre, satisfecho de haber convencido a aquella criatura.
-Gracias, papá. Te quiero...
Y así, sonriendo, el hijo se fue a jugar, mientras el persuasivo padre comenzaba a esbozar una hipótesis plausible para cuando se le preguntara acerca de la maquiavélica intención del conejo por conseguir dientes: Una placa. Sí. Se va a hacer una placa. O mejor aún, abrirá una tienda de placas, confeccionadas naturalmente a partir de dientes de leche. Baste recordar que el conejo de los dientes tiene el monopolio de éstos. Obviamente cobrará por ellas mucho más que lo invertido en los 20 dientes de leche necesarios para confeccionarlas. No hay que olvidar que el conejo de los dientes es un gran comerciante, un verdadero businessrabbit...
Como se observa en la historia, se requiere, para persuadir, al menos a dos interlocutores y se observa, además, del que persuade, credibilidad y argumentos lógicamente esgrimidos durante su acto de persuasión. De ésto y algo más, escribe Rodrigo del Campo en Carrera Profesional. Por otra parte, si quiere saber más de la teoría de la psicología de la autoimagen, lea al Dr. Maltz en su libro Psycho-Cybernetics. Es, según el propio del Campo, el preludio a la Programación Neuro Linguística (PNL), técnica que podría resumirse en la siguiente oración:
“Ya sea que usted piense que puede o que no puede, está en lo correcto”.
Yo -no se olvide que soy autorreferente-, por mi parte, siempre pienso que puedo; aunque ahora, lector, debo advertirte que he estado un poco enfermo, por lo que eventualmente no podría tanto como quisiera. Nada grave. Sólo una laringo-amigdalo-faringitis infecto contagiosa con pulmón y traquea desgarrados y altamente comprometidos. Lo que pasa es que se me ve de muy buen semblante, de muy buen ánimo y con mi hiperventilación habitual, por lo que ni siquiera se podría suponer que quizás sea ésta mi última escritura. En realidad cada cosa podría ser la última: Mi último pisco sour, mi última visita a la casa de mis viejos, mi última comilona en los peruanos, mi última búsqueda del placer intenso. Ahora bien, seamos claros, lector. Todo podría ser lo último, excepto mi última mentira... Simplemente porque no miento.

Saludos cordiales y disfruten de este triple pack, en una semana que podría ser mi última... Aunque como reza el dicho, "Mala hierba nunca muere" ;)
C. Álvarez Velden.

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