3.6.12

Cuentos de Fagia, Locura y Despidos (además de la Entrega 25)


By © Claudio Álvarez Velden. Santiago, 3 de junio de 2012.

Para nadie son un misterio mis adicciones, pues son públicas; no así, mis virtudes, que son privadas. Se sabe, por ejemplo, que una de mis adicciones es la lectura, que suelo ejecutar en paralelo: Acabo de agregar el título No 23 a la larga lista de libros que me encuentro leyendo. En el último que terminé de leer, el narrador, Sebastián Apablaza, era un joven alienado y delirante, cuya visión crítica de la sociedad va plasmándose a lo largo de las amarillentas y resquebrajadas páginas de la 1era Edición (Zig - Zag, 1950). “Este apuro en el vivir no conduce más que a reducir el largo de la vida, haciéndola menos profunda, más frívola e inconsciente”, nos señala en uno de los pasajes, mientras que “El error primero y fundamental del hombre consistió en el sentido mecánico que atribuyó al progreso. Creyó el pobre bicho humano que, con el perfeccionamiento técnico, material y mecánico, podría lograr la felicidad”, en otro. Qué es la felicidad?. Cuál, el sentido de la vida?. Las preguntas esenciales hoy no se abordan: Exceso de Prozac; Escasez de Filosofía. La Vida es una Mierda, representó alguna vez  un profesor de teatro a un grupo de niños/as de 10 años, para a continuación simular un suicidio; El Profesor es un Perturbado Mental que carece de metodologías para ejecutar un adecuado proceso de enseñanza-apendizaje, arguyó un enajenado padre a la Dirección del establecimiento. La salida del profesor, fue inminente; el encierro de Sebastián en la Casa de Orates, también. 
La Inteligencia Emocional, de Daniel Goleman, fue también uno de los libros que devoré. Desconozco si la Bibliofagia que padezco -quizás más peligrosa aún para los custodios del establishement que la Antropofagia- es hereditaria, adquirida o provocada por algún tipo de droga. Si de sociedades enajenadas se habla, un botón es USA: “Un hombre desnudo, en el viaducto que conecta Miami con Miami Beach, atacó a otro y comenzó a comerse la cara de la víctima”, puede leerse en la prensa recientemente aparecida. “Un estudiante estadounidense de la Morgan State University (Maryland), Alexander Kinyua (21), confesó a la policía haber matado a su compañero de cuarto, desmembrado su cuerpo y comido el corazón de la víctima y parte de su cerebro”, en otros medios digitales. “No reprocho al mono su afán de superación y la adquisición de un cerebro más perfeccionado. El error fue del hombre al emplear esa máquina cerebral creadora en la forma en que lo hizo. Contribuyeron a extraviarlo, es cierto, su morfología, tan adecuada para el desplazamiento veloz, y la forma de sus manos, tan aptas para coger garrotes, para estrangular...” continúa Sebastián en otro pasaje. “La ira se construye sobre la ira; el cerebro emocional se entona. La persona enfurecida, al carecer de una guía cognitiva, vuelve a caer en la respuesta más primitiva. El impulso límbico es creciente; las lecciones más duras de la brutalidad de la vida se convierten en una guía para la acción”, escribe, por otra parte, Goleman en su libro. Recuerdo que en aquella época también devoré Inteligencia Emocional en el Liderazgo, de Nureya Abarca; Reflexiones Sobre Nuestro Empleo, de Hyland; Elija al Mejor: Cómo Entrevistar por Competencias, de Martha Alles; y por supuesto, cuatro libros de David Fischman: El Camino del Líder, El Espejo del Líder, El Líder Interior y El Líder Transformador. Como ven, soy un bibliófago y un literoadicto consumado.
De Inteligencia Emocional, habla del Campo en esta nueva entrega de Carrera Profesional; de Trastornos Fágicos, yo. Esto me lleva a recordar que la literatura también está llena de episodios antropofágicos: El dueño de una empresa de ingeniería comiéndose a la secretaria; el junior de una oficina pública comiéndose a la recepcionista de la misma; una Directora de otra institución pública comiéndose a uno de los monitores; el médico especialistas en espalda comiéndose a la enfermera de sinuoso lomo; el dueño de un sórdido local comiéndose a todas sus empleadas; la pareja de un abnegado padre que suele llevar a su hijo a la práctica deportiva, comiéndole la boca, aunque esto último en sentido menos figurado que literal: “Me mordió una perra”, indicó tras llegar a Urgencias de la misma clínica donde se desempeña el mentado doctor de espaldas, para que le pusieran, supo luego, 25 puntos que permitieran cerrarle la boca. Pero la enfermera, distraía por el acto de antropofagia en que se vio envuelta, no entendió la ironía y menos aún, se enteró que el mismo vocablo fue articulado por la esposa del médico, tras descubrir las lívidas marcas de dientes que se visualizaban bajo el cuello de la camisa de este profesional muy reputado.
Saludos cordiales y cuidense de ser víctimas de la antropofagia, en cualquier sentido de la palabra.
Claudio Álvarez Velden.
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Bajar acá La Estupidez Emocional de Rodrigo del Campo

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